Nunca me atreví a
decir esto porque siempre sentí que al menos el problema del físico era un tema
que para los demás era superable. La respuesta ante confesar que tenía kilos
demás, que me costaba mirarme al espejo o que sentía que con nada me veía bien,
era y sigue siendo siempre la misma: haz ejercicio, come más sano, proponte
metas. Un error, pienso hoy, porque no había nada peor que darse cuenta que tal
vez el problema eras tú respecto a tu cuerpo y que en realidad estaba sufriendo
porque yo misma no me había cuidado o simplemente no había una voluntad detrás
que me dijera: vamos a adelgazar. Y pues, tras mucho reflexionar, me di cuenta
de que no importa cuánto tiempo podía estar haciendo dieta o yendo al gimnasio.
Era verdad que mi vida se alivianaba, me sentía con más energía e incluso dormía
súper bien. El problema surgía cuando me daba cuenta de que, aunque el número
en la pesa iba descendiendo, yo me seguía sintiendo gorda. Aunque la ropa que
antes me quedaba más apretada, ahora me quedase suelta, esa especie de trauma
que tenía con mi cuerpo simplemente no desaparecía y noté que el problema era
mucho más complicado de lo que yo pensaba, y obviamente el resto pensaba.
Escuchar que estaba más delgada no me provocaba nada más que dudar de mí misma
y cuestionarme si realmente eso era lo que necesitaba.
Entonces, decidí
atreverme a escribir esto porque es momento de decir: chiquillas, yo también
sufro problemas de inseguridad, pero con mi cuerpo.